CARMEN AMAYA BAILAORA UNIVERSAL


CARMEN AMAYA LA "BAILAORA" DE FLAMENCO DE BARCELONA UNIVERSAL

Pobre Carmen Amaya! Ella se había recluido en su casita de Bagur, obedeciendo al doctor Puigvert. - Un reposo absoluto, Carmen. Ante el eminente urólogo la famosa “estrella” había ofrecido un postrer recital en la Costa Brava. -¡Es mi vida, doctor! Bailó para un gripo de amigos; quizás la bailarina presentía algo.

Las mismas guitarras que acompañaron a la Amaya, lucen crespones negros. Viéndola bailar últimamente en nuestro Teatro Barcelona, una señora, dirigiéndose a su esposo, comentó: “Es la única mujer que puede lucir unos pantalones”. Carmen Amaya ha sido única. Ella se lleva a la tumba el sortilegio de su baile. Tenía su “duende” esta gitanilla del Somorrostro.

Era una chiquilla con dos palmos de altura y en los “colmaos” de Atarazanas formaba ya corrillo. Estuvimos cuando se inauguró en el primer tramo del Paseo Marítimo una fuente que lleva su nombre: noviembre de 1959.

La “estrella” llevaba unas pieles blancas. Era una mañana soleada. Se había desplazado expresamente desde Francia. Lloran todos los gitanos a su reina… Junto a la fuente había muchas guitarras, sin vida, y unos rostros apergaminados. Carmen gitanilla iba con sus hermanillos a beber de dicha fuente. Caída la tarde bailaba en la arena con pies, manos, con el cuerpo, con el alma. Frente al mar, cuyas olas iban a romper en la humilde chabola. Un mar que la llevaría lejos y la colmaría de honores. Bailó en la Casa Blanca, en Washington. Juan Antonio Agüero, “payo”, acompañaba a la guitarra ala bailarina, y se la ganó por corazón. Se casaron.

El enlace se verificó en la pequeña iglesia parroquial de Santa Mónica, uniéndoles el reverendo don Juan Guilera. En uno de los desplazamientos a nuestra ciudad, enterándose Carmen Amaya de que el sacerdote que los había casado se encontraba enfermo, pasaron a visitarle. Había triunfado rotundamente en Estados Unidos; cada año se la esperaba. Una vez nos dijo:

- Deseo llegar a mi España para comer “papas”… Londres, y en especial su crítica enterada, decía de ella que en las “soleares”, ninguna. Bailaba con un ritmo centelleante, avasallador, pero dentro de rigurosos cánones.

- Mi padre tocaba la guitarra – confesaba Carmen Amaya – arrancándome por “bulerías”. (Tenía entonces seis años) En Barcelona se impuso a la llorada bailarina la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes, por delegación al escritor don César González Ruano. Ganó la fama, con mucho coraje, y siempre con el pensamiento puesto en Barcelona, en España. Artista universal de cara morena y cabello azabache, cuyas “soleares” y “bulerías”, “in mente”, las transmitía a su padre muerto, quien, con una vieja guitarra, siendo muy niña, la jaleaba en las arenas encendidas del Somorrostro. Mujer, niña, gran corazón, amazona españolísima en las sin latido avenidas neoyorquinas. Descanse en la paz del Señor.

Gracias a todos.