EL ARTE DE LA BAILAORA BARCELONESA CARMEN AMAYA


EL ARTE DE LA CÉLEBRE BAILAORA DE FLAMENCO DE BARCELONA CARMEN AMAYA

El arte de Carmen Amaya fue único y de difícil imitación. Tenía además de su portentoso atractivo coreográfico, lo que más se valora, lo intuitivo, lo natural, lo que sale de las celdillas del corazón y del sentimiento, sin las cortapisas y los frenos que impone a las ideas, muchas veces el academicismo. Fue una autodidacta de su propio quehacer artístico.

Para el público, en general, no era fácil juzgar a Carmen Amaya en todo su verdadero y estricto valor. El arte puro y gitano es muy difícil de interpretar y, consiguientemente, de comprender. La mercancía flamenca se adultera con excesiva frecuencia. El flamenco, lo mismo el baile que el cante, tiene “duende” y “embrujos” y hasta trasfondo; escollos que salen al paso de casi todos los que intentan dominarlo. Por eso Carmen Amaya se diferenciaba de todas, porque llevaba en sus movimientos el “duende” y el “son” cautivante. Como “bailaora” era completa. Perfecta de ritmo y de movimiento de piernas y brazos, dualidad que se da en contados casos. Con los pies llegaba a la más perfecta y pura ejecución, y tan pronto parecían martillos de hierro forjados en la ardiente fragua del baile puro, al compás de un martinete, como convertía sus palillos – de sonora y selecta madera– en castañuelas de marfil, labradas para hacer filigranas de encaje con su sonido. Cuando la suavidad del momento, del baile, lo requería, trenzaba con los pies maravillas de repiqueteados contrapuntos.

Analizando hasta los complementos menores y auxiliares de su arte, no podemos dejar de señalar sus palmas. Palmas a compás, palmas flamencas, con sonido perfecto, aire golpeado con gracia, con cadencia, con ritmo, según convenía.

Quien vio bailar a Carmen Amaya observó que era distinta, que ponía toda su alma en el baile, que electrizaba a los públicos aquella figura color de aceituna, y que era todo nervio, todo elasticidad y plástica. Artista, dentro de su modalidad, de la dimensión de don Antonio Chacón, que lo fue en el “cante”.

Lamentamos profundamente que Carmen Amaya se haya ido de este mundo. Era todavía joven y con arrestos temperamentales para seguir triunfando. Su arte, con majeza y bizarría, lo ha paseado esplendorosamente por el ancho mundo como embajadora de nuestro eterno y castizo folklore. La fuente erigidas para perpetuar su memoria en la barriada marítima de Somorrostro, que le vio nacer, llora ahora lágrimas de abatido sentimiento. Parece que el agua de la fuente mana, cae con acentos lúgubres. Hasta los niños cuyas esculturitas adornan la “Fuente de Carmen Amaya”, se han dado cuenta de la desaparición de Carmen del mundo de los vivos. Se les ve muy tristes y hasta tienen los ojos irritados de tanto llorar…